Ratones en la Maratón de Murcia

 Mi ordenador está colocado de tal manera, que cuando escribo de noche, veo mi reflejo en la ventana. Y qué es lo que veo. Un viejo. Un viejo farsante intentando que no lo atrapen. Intentando hacer creer y creerse él mismo ya de paso, que no es así. Que no soy un viejo, que soy un hombre valioso y útil. Que puedo aportar mucho aún a la vida, a la sociedad, a la familia... Todo esto me supone un esfuerzo. Es decir, lo natural, frente a este reflejo en la ventana, es escupir. El trabajo, el esfuerzo, viene inmediatamente a recomponer este destrozo mental. No lo soy. Y si lo soy, no quiero serlo. Esto es verdad. Cada día. Unos días es un esfuerzo sutil, otros es un esfuerzo enorme el que necesito. Esto es verdad. Esto existe. No me lo invento ahora. Puedo seguir un hilo, de hito en hito, hasta llegar a más o menos el origen. Pero estos hitos forman parte del pasado. Nada puedo hacer para resolverlo. Tampoco sé como perdonarme. Así que continuo con este trabajo de convencerme a diario de que no soy un estafador. 

¿Por qué me gusta correr? Porque allí no miento. Corriendo soy auténticamente YO. Corriendo no miento, escucho lo que sucede en mi cuerpo cuando corro, siento lo que se mueve por dentro, y siento que hay nobleza, verdad y bondad. No me permito engaños corriendo. Nunca. Si voy rápido, es porque puedo. Si voy lento es porque quiero. Si la cosa funciona, soy el responsable. Si no funciona, también soy el responsable. Correr es la forma que tengo de ser entre nosotros, entre vosotros, entre ellos. Es la única forma que he podido encontrar para colocarme en el mundo en el sitio que me gusta, que no es otro que el que me toque, por méritos propios. 

¿Por qué me gusta el Maratón? Porque pone a prueba esa autenticidad. Y la pone a prueba de manera implacable. Las maratones no tienen piedad de los farsantes. Intenta ponerte en la línea de salida de una maratón con algún parloteo de autobombo fingiendo autoridad o cualquier otra cosa. No funcionará. Intenta ponerte en la línea de salida de un maratón medio preparado, o medio lisiado, o medio entrenado, medio... No hay medios. Y lo sé porque lo he intentado. Y estoy tan orgulloso de esas lecciones de humildad como de la carrera de ayer. Por eso me gusta correr y por eso me gusta la maratón. Porque aprendo. Tolero mejor los guantazos que los aplausos. Puedo ser un farsante, puedo ser un viejo, pero quiero aprender. Tengo curiosidad, y la maratón te enseña. De forma implacable, muchas veces, pero también de forma indiscutible. 

Desde la primera edición de la maratón de Murcia, en 2013, llevo queriendo hacer la carrera de ayer. Al ritmo de ayer, con la concentración de ayer, con la fuerza de ayer... Y nunca salió, hasta ayer. ¿Y porqué ayer? Cualquier manual básico de entrenamiento te dice que los fracasos de ayer son los ladrillos del éxito de hoy. Fui pasando por todos los kilómetros en los que en otras ediciones, me fui parando, arrastrando, mareando... Y sin perder la concentración, me decía a mi mismo, bueno, al menos aquí no será este año... tal vez en el siguiente. Y en el siguiente tampoco, ni en el siguiente... Es una sensación muy agradable, a la vez que se te acalambran las piernas darte de cuenta de que, a grandes rasgos, tu plan ha funcionado. 

Y con las fuerzas justas, el depósito vacío y unos últimos diez minutos de carrera dónde no puede mantener una carrera firme y constante, completé una maratón que empecé a correr en 2013. Ha sido largo, pero ha valido la pena.

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