TRAVESÍA A NADO ISLA A FARO DE MAZARRÓN

Me lancé al mar, corriendo, con absoluta seguridad de hacer lo que estaba haciendo.

Inmediatamente, tomé la delantera, mis perseguidores tuvieron que esforzarse por seguir mi estela, lo de siempre. 

Pensé en ellos, mis rivales, debían estar hartos de mí. Inventé un nombre para esa enfermedad, amar lo que odias. Envidiosis. Mis rivales, sufrían ataques severos de envidiosis. 

Jugué con ellos un rato, usé algunos de mis innumerables recursos de despiste con los pies. 

Todo el mundo me conoce en el mundo de la natación en aguas abiertas, prácticamente yo inventé este deporte.

Lo que digo, giré hábilmente al llegar a un gran peñasco, a babor (la izquierda, para los no expertos). Seguí la línea de la costa hacia el puerto. Fácil. Alterné los 4 estilos, llevaba suficiente ventaja. Me centré en el de mariposa, es el que más me relaja.

Saludé a las gaviotas, mis queridas amigas las gaviotas. Y los delfines. Mis únicos rivales naturales en mar abierto. 

Un ultimo giro, a babor, de 49 grados aproximadamente. Meta.

Cuando llegué, estaban terminando de montar El Arco del Triunfo. No les había dado tiempo. Suele pasar. Son buenos chicos. No les corre salitre por las venas, como a mí. Pero son buenos chicos.

Al salir, lo de siempre, aplausos, abrazos, prensa. Un tío de la CNN deseaba una entrevista. Más tarde, primero hay que atender a los medios locales. Como si no lo supiera. En realidad no era un tío, era Brandon, un viejo amigo que conocí en la travesía a contracorriente del Amazonas. Él cubría la noticia para el National Geographic, dónde trabajaba por aquel entonces. Estuve charlando con él a lo largo del recorrido, en perfecto inglés. A veces nos interrumpía la lucha a muerte con algún cocodrilo. Buen tipo, Brandon. Su mujer Sanon y sus hijos, Joe, Mac y Pipper, de lo que no se encuentra en el mundo. Buena gente. El mundo está lleno de buena gente. Lo sé porque lo he recorrido. Varias veces.

Me quité el neopreno, saludé a mi público. Choqué la palma de la mano con los participantes que fueran saliendo del agua. Si el mar fuera una gata preñada, los participantes serían los gatitos. Uno tras otro. Gatitos y gatitas con los ojos cerrados. Los quería a todos ellos. Si el mar fuera una gata en celo, yo sería un León Marino. Yo preñé al mar. Prácticamente yo inventé este deporte. Uno a uno fueron saliendo,  ellos también me querían a mi. Como hijos a un padre. Otro día perfecto de nado en mar abierto, lo de siempre.

Camino de mi furgoneta camperizada dónde recorro el mundo fabricando cerveza y escribiendo relatos en una máquina de escribir roja, tuve un pensamiento extraño.  Una idea para un cuento. Que tal sería ser todo lo contrario? Un extraño desconocido que apenas supiera defenderse? Que se perdiera en el mar? Que no controlase la respiración? Que fuera un gatito abortado de un mar preñado que expulsa a los más débiles? Que tal se sentiría alguien vulnerable, superado y temeroso? Sería una buena historia para la máquina roja. 

La historia del gatito al que abortó el mar. 

Acaricié mi inefable pecho salado. Dudo mucho que esa historia pueda interesarle a nadie. Así que comencé con mi tesis doctoral número diecinueve: Envidiosis, historia, síntomas y casos referenciados desde la antigüedad hasta nuestros días. 

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